lunes, septiembre 23, 2013

SOBRE DRAGONES, PRINCESAS... Y CARACOLES

_¿Y quién dijo que la vida no es cuento?.
_Ya os advertí, mi rey, de que ufanarse trae consigo grandes caídas.
_¿Y quién se ufanó!?, ¿por decir que me sentía poderoso, mi querido mago?. No, ya te dije que una de las cosas que me hacían sentir poderoso era lo que quedaba por aprender de las derrotas; y otra, la más importante, aquella que descubrí en aquel viaje dentro de otro viaje, el amor A mis súbditos.
_Pero hoy os veo alicaído, mi señor.
_Qué guerrero no se siente alicaído después de una batalla, haya terminado ésta en victoria o en derrota. Pero deja que te repita, mi buen mago, ¿Y quién dijo que la vida no es cuento?. El problema es que los cuentos solo nos gustan si el príncipe acaba besando a la princesa...; curioso que nunca, en los cuentos, sea la princesa la que besa al príncipe... Pero bueno, centrémonos en lo que decía, que sabes mi buen mago que tiendo a divagar. En la vida-cuento, o en el cuento de la vida, hay días en los que te toca besar a la princesa, o que ella te bese, y días en los que te toca matar dragones. Hoy tuve que matar un dragón; por eso mi decaimiento, mi querido mago, pero sigo sintiéndome poderoso.
_Ya veo, pero mi señor, matar a un dragón es algo glorioso, una hazaña. ¿Por qué ese decaimiento?.
_Mi buen mago, ¿has visto alguna vez un dragón? su belleza su poder, su majestuosidad, su valor... ¿o es que solo te has fijado en sus dientes y sus garras?. Matar un dragón nunca será una hazaña. Hay días en los que uno preferiría besar a un dragón y matar princesas. ¿Y quién dijo que la vida no es cuento?, ahora dejadme descansar, mi buen mago.
_Sí mi señor... Un momento, si me permitís; al comienzo de la velada me dijisteis que me hablariais de dragones, princesas y caracoles. No dijisteis nada de estos últimos.
_¡Ah!, sí, los caracoles. Regresando del salón del trono, de despachar con mis súbditos, crucé los jardines de palacio, ya anochecido. Sin darme cuenta, al poner el pie sobre una losa del camino pisé algo crujiente.
_Un caracol.
_En efecto mi buen mago. Al mirar la losa, y también la suela de mi bota manchada, me di cuenta de que era un caracol, o lo que quedaba de él, despachurrado, repartido entre mi bota y la losa del jardín.
_No veo la relación con los dragones si me permitís, mi señor, ni con las princesas.
_Bueno, mi querido mago, tampoco es que la quiera buscar, pero deja que termine. En la misma losa, junto a los restos del caracol, había otro, éste intacto, con todo su cuerpo y sus cuernos desplegados fuera de su concha. Sentí pena por el caracol muerto, y compasión por el vivo, así que agarré a este último y lo arrojé a unos matorrales. Imagino al pobre caracol agitado con tanto golpe, quizá molesto por ver alterado su ritmo de marcha y su dirección, quizá sin percatarse de que lo había alejado del peligro de correr el mismo destino que su compañero. Luego me pregunté qué hacían dos caracoles en la misma losa, y pensé en lo ridículo del azar, o del destino si prefieres, y en lo fácil que es que dos seres en las mismas condiciones y circunstancias similares sufran destinos tan dispares. Es como matar un dragón o que te bese una princesa, o que te chafe un rey por el camino, pocas veces tienes elección, simplemente pasa; pero para todo esto hay que estar prearado, dispuesto para afrontarlo, saber que si mataste al dragón, o a la princesa, o te libraste de ser chafado por un rey por los pelos, fue para poder seguir adelante. Y ahora mi buen mago, déjame descansar... que me siento algo alicaído.
_En verdad sois poderoso, mi rey.
_No hagas que me ufane mago, no hagas que me ufane.


(Basado en hechos reales..., al menos la parte de los caracoles...)

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