Y es que muchas veces decidimos qué hacer, a qué dedicar nuestro tiempo y esfuerzos, en base a lo que otros esperan de nosotros, o en base a lo que nosotros creemos que nos hará prosperar en la sociedad o que nos hará buenos en ojos de los que nos rodean; muchas veces a costa de nuestra salud, nuestro bienestar, nuestra tranquilidad y nuestra felicidad.
No nos engañemos, hay gente que encuentra sentido a su vida en satisfacer esos deberes impuestos por otros o autoimpuestos. Son aquellos cuya felicidad depende de la aprobación de los otros, o aquellos que piensan que su vida tendrá sentido a través del prestigio, el reconocimiento, la fama, el poder, o lo que viene a ser lo mismo, el quedar por encima de los demás (de alguna manera). Pero al final todos acabamos en la misma posición, unos tres metros bajo tierra, o sobre ella si nos meten en un nicho.
Por eso es importante decidir qué hacermos en cada momento de nuestras vidas, no en base a lo que "debemos" hacer, sino en base a qué queremos hacer, qué nos satisface más, qué nos aporta más, qué nos beneficia más; pero, además, ponderándolo en base al esfuerzo y energía que nos cueste hacerlo.
Un guepardo abandonará la carrera para capturar a su presa cuando el conseguirla le suponga gastar más energía que la que la presa le vaya a proporcionar.
Por eso, porque la vida pasa, muy rápido, por la fragilidad de nuestras vidas, y la de nuestros cuerpos, por lo efímero, porque los tiempos no son alegres y la felicidad no abunda, es importante establecer prioridades, relajarse un tanto, y movernos siempre en la dirección que nos aporte mayor bienestar con menor sufrimiento, sin olvidarnos de que alrededor viven otros y que debemos ayudarnos, pero librándonos de los candados y las presiones que otros y la sociedad nos imponen.
Si hay algo que "debemos" es ser felices. Los niños lo tienen claro: