martes, noviembre 10, 2009

REÍRSE DE UNO MISMO

De ElPaís de hoy:

Copio extractos de la entrevista a Les Luthiers.

-Daniel Rabinovich añade: ..."¿Qué hemos ganado? Novias, muchas; dinero, bastante; fama, toda; éxito, el merecido. ¿Qué hemos perdido? Cabello, mucho; dinero, bastante; novias, todas..."

-Rabinovich se suma a la definición de la relación como algo complicada. Y en cuanto a si pesa eso de conocerse las neuras, manías, vicios y fobias de todos ellos, señala rotundo: "Repase sus libros de física elemental. Verá usted que los elementos que ha mencionado no pesan. Algunos de ellos molestan a veces, pero no pesan, de verdad"

-Ellos, como profesionales de la risa que son, tienen muy calados a los personajes que no saben mofarse de sí mismos: "Mire usted a su alrededor y se dará cuenta enseguida de quiénes son. ¿No es cierto que no le gustan cómo son los que no saben reírse de sí mismos?... Pues a nosotros tampoco", apunta Rabinovich. López Puccio se suma a la moción. Quienes pueden reírse de sí mismos son aquellos con poca soberbia.

SIN MÁS PALABRAS POR MI PARTE. DESDE AQUÍ MI RECONOCIMIENTO A ESTOS GRANDES!!!.

martes, noviembre 03, 2009

ORGULLO PATRIO

El soldado de piel morena recordaba, amarrado al poste, la situación que le había llevado frente a los ocho fusiles que ordenados en fila le apuntaban. Diez días antes, portando el estandarte nacional, llegó junto a su general en el fragor de la batalla; justo en el momento en que éste recibía un balazo en la cara interior del muslo y caía herido al suelo gritando cual cerdo en matadero. La sangre brotaba a chorro de la herida de bala, cuyo agujero atravesaba la femoral. El soldado de piel morena reaccionó instintivamente, miró a un lado y a otro buscando algún objeto con el que asistir a su general, algún trozo de tela limpio con el que hacer un buen torniquete y vendar la herida. Pero su uniforme y los de los muertos que les rodeaban estaban manchados de sangre y barro. Miró a un lado, a otro, hacia arriba, BINGO. Arrancó la bandera del mástil, la desgarró en tres tiras, una para el torniquete, una para la venda y otra para empaparla con el agua de su cantimplora y vendar con ella la frente del general. Partió el palo de la bandera en dos, improvisó unas parihuelas y obligó a otro saldado a ayudarle a transportar al general a la enfermería...
La batalla se ganó, el general salvó la vida...

El general levantó el sable lentamente, el tambor terminó su redoble, el general descargó su brazo armado y los ocho fusiles descargaron su pólvora al unísono. No hizo falta el tiro de gracia.

Así se pagaba la ofensa a las insignias patrias. El general no había podido plantar su estandarte en la posición enemiga y la victoria quedó deslucida.
Envainó su sable, giró en redondo y, caminando con una ligera cojera, le dijo a su lugarteniente: "¿Dónde tendremos la próxima batalla?".