lunes, enero 16, 2012

MADRID

Aprovecho la circunstancia para incluir una entrada, una deuda con una ciudad, que tenía pendiente desde hace ahora un mes. Y viene a colación, porque hacía mucho que no tenía pesadillas. Y no hablo de sueños agobiantes o de final no feliz, hablo de pesadillas reales, de las que uno (afortunadamente) se despierta a voluntad para no seguir soñando. Y las pesadillas vienen por lo que vienen.

En fin, ahí va: Madrid. Ciudad de la que siempre he renegado. Viví en ella un año, pero apenas me enteré (allí cumplí los dos añitos). Pero, salvo aquella estancia, mis viajes a Madrid siempre han sido de paso o por motivos profesionales; y siempre que por allí he pasado me ha parecido una ciudad gris y estresante, con gentes corriendo en todas direcciones.

Pero hete aquí que esta vez (diciembre de 2011) viajé por otros motivos a la ciudad de los Austrias, para visitar a un amigo y para tratarme cierta dolencia del corazón y del alma. Esta vez el que iba estresado era yo, e iba para relajarme y caminar, y eso que viajé en época fría y gris. Y, como siempre, las cosas cambian si cambia el punto desde el que se miran. Y de ahí que tuve tiempo para caminar, y caminé, y me empapé del espíritu pre-navideño del centro de la urbe, a pesar de mis pesares. Me gustó ver a la gente, hasta la estresada, me gustó ver, oír y respirar humanidad. Tal es así, que la cura se tornó en enfermedad, y la enfermedad en cura.

No relataré mi visita al Prado, ni la media hora en que, pasmado, me dediqué a contemplar El Jardín de las Delicias de El Bosco (por cierto, que los especialistas en arte me critiquen, pero servidor con 10 años dibujaba mejor que Goya). Tampoco viene al caso relatar mis paseos por las atestadas Plaza Mayor (con su espectacular colección de paraetas de belenes y demás), Sol, Gran Vía, Princesa... Sólo relataré el domingo por la mañana en el rastro de Cascorro cuando, cargado con mi equipaje, arrojé la cura a la basura y enfermé, o quizá cuando dejé de lado las dolencias y sané, quién sabe. El caso es que me gustó el paseo, me gustó el barrio y su humanidad, me gustó escuchar un tango familiar [padre a la guitarra, hijo al acordeón y madre, gruesa y sentada, a la voz tanguera desgarrada] a las puertas de una iglesia (curioso contraste). Como la música me tocó la sensibilidad, ya de por sí a flor de piel, busqué inspiración divina dentro de la iglesia: último banco a la derecha, como siempre, en el rincón y, a ser posible, detrás de una columna. Y no sé si la hallé, no oí, o no escuché, así que seguí con mi periplo.

De camino a Atocha, y como tenía tiempo, entré en la Casa Encendida, y quizá encontré allí lo que iba buscando en "la casa del señor"[?]: "La palabra del Señor"... Vamos, que había un concierto de música Góspel (God Spell). El caso es que aquellas gentes venidas de las Américas me contagiaron mucha energía, me animaron, me animé, a base de cantar el "Oh happy day" y dar palmas cual afroamericano de Louisiana. Y volví sin saber de mi futuro, pero con energías renovadas, ilusión y esperanza... por tomar las decisiones correctas...

El problema viene cuando los sucesos venideros no dependen exclusivamente de las decisiones de uno, y tampoco es cuestión de darse de cabeza contra un muro, cual soldadito de juguete.

En fin, la dolencia ahí sigue, aunque uno se cura, o sigue enfermando, quién sabe; lo importante es participar, seguir en el juego. El caso es que me reconcilié con esa ciudad "de amor y de odio" (como decía Sabina), porque me dijo mucho.


2 comentarios:

Esther dijo...

Como dice la canción "uno se cura, te aseguro amigo mio que uno se cura"
Y no digas afroamericano, coño, que es muy chorra, di negro ¿cual es el problema?

Jesús dijo...

Lo de uno se cura lo puse pensando en la canción que hace ya muuucho me pasaste Amparín. Y bueno, digo afroamericano porque a mí me llamaron Blanco en tono racista-separatista (allá en las Guineas) y no me gustó la sensación. Besos.