Cuando uno viaja APRENDE (en mayúsculas) y, frecuentemente, se sorprende. El sábado pasado caminando me encontré lo siguiente:
Y pensé que mucho más bonito es recordar a alguien en un punto de vida que no en un punto de muerte. La costumbre latina, o la globalización, nos lleva a apilar a nuestros muertos en apretados "apartamentos" de casitas de cemento (y tejas, en el mejor de los casos). Para recordarles tenemos que andar unos cientos de metros por pasillo llenos de, en ocasiones, tétricas fotos, horribles crucifijos, angelotes y mármoles de los más variados colores (la mayor parte de ellos tétricos). Luego miramos una lápida, con el crucifijo que la funeraria nos recomendó, y ahí nos quedamos un rato, rezando, llorando...
Imagino qué deben hacer los hijos, hermanos quizá, de los señores Wilkes: Pasean por el camino junto a la carretera del castillo Pendennis de Falmouth, la que lleva a las playas, llegan al banco con la placa, se sientan en él, miran al frente, recuerdan a sus familiares y sonríen. Por supuesto que me senté, miré al frente y sonreí, no sin antes pedir permiso a Mr. y Mrs. Wilkes.
Esto es lo que veían los señores Wilkes: